La exhibición fotográfica “El testigo” (2018) de Jesús Abad Colorado, representó el conflicto colombiano a través de una mirada desde los derechos humanos: con la víctima como centro. Ocurrió en un momento en que el proceso de justicia transicional reciente se enfrentaba a su desarticulación con la elección de un gobierno que estaba en su contra. Este artículo propone que, si bien la muestra funcionó como una instancia poderosa de reparación simbólica, su insistencia en la revelación de la víctima, en las más de 550 fotografías, suscitó un efecto opuesto, una “epidemia interrupción”, en la que la mayoría de las imágenes, y por ende la víctima, escapaba a la atención del espectador. La exhibición señalaba así un efecto similar en los procesos de justicia transicional, que en el hacer visible a las víctimas las terminan por ocultar. Tres fotografías testimonio del horror paramilitar y carentes de la presencia de la víctima, sin embargo, generaban otro efecto, una “epidemia oscilación”: una relación recíproca entre espectador y fotografía que suscita una exploración del testimonio más allá de su carácter de prueba, y de los restos de lo paramilitar como una forma de asedio a la memoria.