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El feminismo, en su multiplicidad, se articula como el movimiento social más contundente en América Latina. Luego del ciclo populista en el continente, un giro a la derecha más reaccionaria (ya fuera por vía electoral como en la Argentina y Chile, o por golpes de Estado, como en Brasil, Paraguay y Honduras) nos retrotrajo a una restauración de la economía en el sentido de la vertiginosa concentración del capital, tal vez la mayor desde el siglo XIX, que se sirvió de una restauración de los cuerpos y de los privilegios a través de una violencia arrasadora. La escalofriante cifra de femicidios y transfemicidios en aumento a escala continental, los asesinatos de lideresas territoriales antiextractivistas, las olas de despidos y las medidas de austeridad vigentes y por venir, gracias al retorno del FMI al ámbito de decisión sobre nuestras vidas, las crisis económicas producidas desde arriba como modos de disciplinamiento, encuentran en el movimiento feminista la resistencia más vital. Justamente porque es una política ligada a la vida, a una ética del deseo, al cuerpo como categoría política, como arena de lucha entre el dolor que nos infringe la represión necesaria para extraernos valor y el placer que politizamos como un derecho que no vamos a resignar.
Impresiona el contraste: hace tan solo tres meses el continente entero lloraba el asesinato de Marielle Franco como un emblema del nuevo feminismo que hace temblar la Tierra, como lo hizo en los dos últimos Paros Internacionales Feministas en los que participó con enorme adhesión toda América Latina. Un feminismo popular, ligado a la calle, a las favelas, a la negritud, a lo queer, a la juventud, contra la militarización y la guerra contra las drogas, una micropolítica que comienza a infiltrarse en la macropolítica. Y entonces el castigo, el femicidio político, ostensiblemente a manos de las fuerzas de seguridad que acribillaron el cuerpo de Marielle pero que afectó nuestro cuerpo colectivo y más que encerrarnos nos puso en alerta y en las calles. El miedo ardió. La lucha se cargó de rabia y a la vez de inspiración por la fuerza de nuestra compañera asesinada y una vez más percibimos nuestra transversalidad: todas nuestras luchas eran las mismas que las de Marielle. En su lucha entramos todas y ella se convirtió en un horizonte del feminismo que da pelea en el Estado y por el Estado. El feminismo deja de ser una lucha menor para ser una lucha mayor.
Menos de tres meses después del asesinato de Marielle y del 8M, un nuevo temblor: la Argentina se encuentra en camino a la legalización del aborto. La media sanción fue votada épicamente 129 a 125 en una larguísima sesión de 23 horas, frente a un millón de personas que esperaban afuera en una vigilia que parecía un festival y un aquelarre, con un escenario por el que pasaron artistas y referentas, y con carpas y gazebos de distintas organizaciones y colectivos por donde circulaban y rancheaban las pibas, un sujeto diferenciado y específico dentro de la marea feminista global. Las pibas es el nombre lunfardo y callejero con el que llamamos a la nueva generación de feministas adolescentes, hijas del Paro y de #NiUnaMenos. Ellas jugaron un rol clave en los últimos meses de una lucha que desde hace trece años la Campaña Nacional por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito sostiene, habiendo presentado el proyecto en el Congreso siete veces (las primeras seis veces, el proyecto fue rechazado). Las pibas, que en realidad incluye a lxs pibxs, pero se nombra en femenino por elección política, pusieron presión en el debate dentro de sus colegios y comunidades, llegando al día de la votación con 15 colegios tomados. Las pibas educaron a sus maestrxs y familias. Y a la sociedad entera. Son herederas de la Ley de Educación Sexual Integral de 2006 (cuando se implementaba, cosa que casi dejó de ocurrir con el gobierno Macri), del Matrimonio Igualitario (2010), y de la Ley de Identidad de Género (2012), y lógicamente, con ese bagaje, ahora son protagonistas mayoritarias de la IVE, así como las más afectadas por esa ley.
Pero no son las únicas. En la vigilia-aquelarre se agitaba la marea en su diversidad. Una de las imágenes que circularon por las redes sociales fue la de una Madre de Plaza de Mayo con su pañuelo blanco en la cabeza y una piba con su pañuelo verde. El reconocerse como feministas de las Madres y su agite de la marea es una de las constelaciones más conmovedoras porque muestra el recorrido de las luchas de los derechos humanos y su desembocadura en la marea que todo lo asimila, lo conecta con otras luchas y lo potencia. Lo mismo puede decirse del sindicalismo, que se vio transformado para siempre por los paros de mujeres. Las bases de mujeres, lesbianas travestis y trans desbordan todas las organizaciones y resignifican las luchas en clave feminista y transversal. Esta transversalidad significa que las pibas tomen los colegios, que las trabajadoras del subte liberen molinetes el día de la votación, que las trabajadoras de la línea 144, encargadas de hacer acompañamiento y seguimiento a las víctimas de violencia machista, uno de los escasísimos recursos del Estado, hagan paro contra la persecución y los despidos por parte de la gobernadora Vidal y agiten con el colectivo Ni una menos. Significa que conectemos nuestras luchas cona las de otras mujeres, que nos espejemos y multipliquemos, y en este sentido los procesos de construcción de los 8M resultan centrales como tejido de redes internacionales y microcapilares. Sin paro no habría aborto, sin NiUnaMenos no habría paro, sin Campaña Nacional por el Aborto no habría NiUnaMenos, sin Encuentros Nacionales de Mujeres no habría campaña, sin lo que llamamos la Internacional Feminista no estaríamos donde estamos. Y estamos lanzándonos a la conquista de nuestros derechos a nivel continental. Menos de una semana después de la histórica votación la marea aprieta el acelerador del tiempo revolucionario y es como si estuviéramos fuera de la continuidad de la historia: el tiempo de la revolución se vive fuera de la linealidad, es un tiempo que condensa todos los sueños frustrados del pasado, todas las luchas pendientes, cuando sentimos la fuerza de nuestras muertas junto con la imagen de nuestras descendientes liberadas. Las viejas y las pibas. Hace tres meses recibimos los impactos de las balas de Marielle, y a menos de una semana de la histórica votación que todavía no es ley, las campañas por aborto se lanzan en todo el continente: Venezuela, Chile, Brasil, México, Ecuador, Bolivia y Colombia toman el ejemplo de la Argentina.
La Iglesia Catolica, al igual que la Tierra, tiembla. Está por perder su última colonia: América Latina, más específicamente, nuestros cuerpos que empezamos a recuperar ya no como fábricas (de las que somos las verdaderas dueñas, de todas formas) sino también como superficies de placer. La Iglesia, que estuvo siempre en contra de todas las leyes que ampliaran libertades y derechos, y a favor de todas las formas de represión posibles para expropiarnos nuestros recursos no solo materiales sino espirituales. La Iglesia, a través del sumo pontífice, nos compara con los nazis, con los villanos de la historia. La Iglesia, que apoyó todos los genocidios y las dictaduras, que carga más muertes que ninguna otra institución en el mundo, cae en la bajeza de repetir el insulto con el que pretenden degradarnos a lo inverso de lo que somos: feminazis. Porque justamente la Iglesia percibe que lo nuestro es un acuerpamiento mundial y que le disputamos el monopolio de la espiritualidad. Como antes lo hiciera quemando a las mujeres acusadas de brujería para apropiarse de las almas a través de los cuerpos, ahora pretende estigmatizarnos cuando no criminalizarnos porque ve en la marea un enorme peligro. El miedo cambia de bando: nos reconocemos en nuestras antecesoras las brujas y retomamos sus saberes mujeres, los saberes del cuerpo, el control de nuestra salud y de la reproducción, pero también de una espiritualidad no religiosa. Por eso las maniobras desesperadas de los curas villeros que estigmatizan el aborto como algo de clases dominantes, del FMI, de un exterminio de pobres. Pero la marea piensa el aborto en relación directa con la economía: el aborto legal es una cuestión de vida o muerte para las clases populares. Y también: para poder explotarnos más, el mercado nos denigra como sujetas de derecho y de deseo. Sin derecho sobre nuestra capacidad reproductiva, tampoco hay derechos sobre nuestra capacidad productiva. Bajan nuestros salarios, y el de los demás también por la sana competencia de mercado (aquí es donde el movimiento obrero debe prestar atención al feminismo). Y en términos de política sexual y reproductiva: más mano de obra empobrecida la hace más barata, favoreciendo así la acumulación.
El aborto entonces debe pensarse en los términos opuestos a los de la Iglesia, interesada en defender los procesos de acumulación, empezando por el propio. Qué pasará cuando el feminismo entre también en la Iglesia y las monjas reclamen igualdad?
Lucha transversal es la que nos vuelve empáticas con mujeres en distintos contextos. Sin esa transversalidad que se percibió en el debate parlamentario la ley nunca se aprobaría. Diputadas de la Alianza Cambiemos sorprendieron por su conexión con luchas que son ajenas a sus partidos pero que empiezan a colarse. La marea tapa la grieta y se produce una nueva grieta: feminismo y machismo anti-derechos. Pero no debemos ser inocentes frente a esta encrucijada: será que las feministas populares llevamos a estas nuevas feministas hacia nuestro lado, o sus partidos se apropian de nuestro capital político? Transversalidad puede devenir pinkwashing? Para que ello no ocurra, es importante pensar el aborto no solo como un derecho ganado en muchos países capitalistas desarrollados sin que esto haya logrado interrumpir su rumbo hacia el neoliberalismo, sino como una política de la libertad, de los derechos y antipunitivista, contra la criminalización y el encarcelamiento masivo. Volvamos al aborto una punta de lanza de la transformación social, y no un negocio más de las farmacéuticas y las industrias de la salud como ocurre en los Estados Unidos.
El aborto y la transversalidad que genera puede ser una punta para desanudar muchas violencias contra las mujeres a nivel global.
Ahora falta la batalla final en el Senado. La opinión pública apoya en un 60% la legalización. Los partidos hacen sus números. La Iglesia desespera. El futuro inmediato de la política latinoamericana en este momento se juega en las calles y con las pibas.
Imagen: Aborto Legal Argentina, Beatrice Murch, Creative Commons.
Cecilia Palmeiro
es docente, escritora y activista. Es Licenciada en Letras (UBA), Doctora en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Princeton, y ha recibido una beca posdoctoral de repatriación (UBA/CONICET). Ha enseñado teoría, estudios de género y literatura en la Universidad de Buenos Aires, en la Universidad de Londres (Birkbeck) y ahora lo hace en la Universidad de Nueva York en Buenos Aires y en la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Maestría y Doctorado en Teoría Comparadas de las artes, y Maestría en Estudios de Género y Políticas Sexuales). Forma parte del colectivo Ni una menos y junto con Fernanda Laguna desarrolla el proyecto Mareadas en la marea: diario íntimo de una revolución feminista.